Su inseparable compañero y amigo era su polo opuesto, un hombre aplomado, juicioso y talentoso en todos sus aspectos.
Una tarde, cuando el sol palidecía y la noche comenzaba a imponer su color sobre la llanura, se advertía en el horizonte cercano una horrible tempestad que hacía pensar que la noche iba a ser tormentosa, se fue al mangón y amarró el caballo que estaba trochando, lo trajo al corral, lo ensilló y le pegó la margalla, cagalerióla soga y montándose en el brioso caballo se despidió de Mayalito. Abrió la puerta de trancas del corral y en medio de candelosos rayos se fue alejando en la oscuridad de la sabana, esta vez... para nunca regresar.
Al ver que su amigo y compañero no regresó, se dio la tarea de buscarlo en todas las noches oscuras por los distintos rumbos de las comunales sabanas, especialmente por las partes que sabía que al Carrao le gustaba frecuentar.
Fueron muchas las noches que se busco a al Carrao escuchando solo la respuesta producida por el eco de su voz. Una noche, mientras acortaba una travesía en medio de una tormenta de rayos, a la luz de un relámpago vio que algo brillo a los pies de su caballo, se acerco e inspeccionó el objeto, se sorprendió cuando lo identificó pues se trataba de las zapatas del freno metálico del apero de "Carrao", las alzó y las llevó consigo.
Desde entonces puso énfasis en la búsqueda de su compañero, pensó que algo le había ocurrido y que no estaría muy lejos de allí; continuó su tarea noche tras noche, hasta que tampoco regresó nunca más al hogar, se lo tragó la sabana junto con Carrao. Su compañero se convirtió en un ave que vuela en las noches oscuras produciendo un canto: Carraoooo, carraooo.
A esta ave se le conoce en el llano con el nombre de Carrao...
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